Contando las horas para volver a ponerte en marcha. Así es como pasamos los días los ruteros. Y es que nunca hubieras dicho que aquello que un día te llegó por casualidad, ahora fuera tu forma de vida.
He cambiado, sí, pero para bien. Me he vuelto un amante empedernido de la naturaleza desde que decidí comprar esa autocaravana.
Cada día la veo más bonita, más mía, más cómplice a pesar de hacerse vieja. Ella me ha acompañado por España. pero también por Europa. Nunca me ha dejado de lado, y la pobre ha soportado mucha carretera a los mandos de un conductor como yo, quien de vez en cuando le he exigido más de la cuenta.
Los años me han convertido en un fan de la vida, algo a lo que ella me ha ayudado. Seguidor de emociones, de amaneceres, atardeceres y paisajes en familia o en pareja.
Esta casa rodante también es un gran nexo social. Gracias a ella he conocido personas de muchas partes del mundo, y a pesar de que unas han sido mejores que otras, todas ellas han formado parte de mis historias, anécdotas, viajes, vida al fin y al cabo.
Soy lo que soy gracias a mis vivencias, unos recuerdos que están rodeados en su mayoría por mi autocaravana. Y cuando hablo de ella, no lo hago recordando esa que me entregaron en el concesionario, pues de ella no queda ya nada o casi nada. Ella me ha cambiado a mi, como yo lo he hecho con ella. Porque el paso de los años me ha permitido decorarla a mi manera, personalizarla y hacerla muy mía, una extensión de mí que me permite conocer más mundo. Un mundo en el que hoy me siento bien, en el que me he encontrado en cada viaje cada vez que me he perdido, en el que ver la vida con ojos optimistas, mirada de rutero.